tu manito en mi cabecita
revuelve-revuelve
tu manito en mis surquitos
dañan cositas
tu manito en donde sea
limpia y ensucia todo-todo al mismo tiempo

si vas a romperme
por lo menos barré los escombros
Malditos románticos, con sus metáforas nos embarraron las palabras y nos rompieron el corazón.

El tren se va a retrasar por tiempo indeterminado

Cuando salí de mi casa maldije el momento en el que había decidido depilarme prolijamente, dejando la fulgurante entrepierna expuesta al implacable roce de los pantalones cortos de jean. Al subir al Roca sin boleto recorrí, como es mi costumbre, tres vagones reglamentariamente. Resulta que el recorrido de ese tren es común en barrios en los que vive gente extraordinaria como la mogólica hija de puta de Gimeno Goñi que me pintó los ojos y me regaló un aro con una crucecita. O Lucas Damián, que subió a mi vagón casi para visitar mi tertulia literaria y cosmética a contarme del licuado de hada con la cabeza de la chica muerta. Así, en un sondeo indeterminado, a veces inconcluso, busco esos ejemplos que hoy me acompañaron en casi una hora del tren detenido bajo el puente de Gerli.
Cuando llegué a Plaza Miserere ya era demasiado tarde y Juan se había resignado a no deshidratarse conmigo en su cuarto toda la tarde, lo cual era un plan exquisito, al menos para mi.
No me gusta volver sobre mis pasos, así que caminé por Rivadavia con la idea de convertirme en una maleante insignificante, en una vergonzosa cretina que se avergüenza de lo insípido de sus aventuras, pero que se regocija en la tentación y se atreve a superar ese ejemplo de ciudadano ilustre. Bien, sería la cuadra que sigue al cruce de Rivadavia y Alberti, entré a un local de venta de “accesorios” y me dispuse a robar cualquier cosa, por más inútil que me resultara su posesión. La tarea era fácil, era un pasillo largo y abarrotado de estupideces y chuchearías. Cintos, banditas elásticas para el cabello, vinchas, collares, monederos, todo me resultaba pástico inútil, agarraba algo y lo dejaba, me encontré sola, lejos de la mirada de las empleadas. No recuerdo bien que fue lo primero que metí en mi cartera, pero lo volví a sacar convencida de lo inservible que era. Puse unas hebillas con moños hechos de tela, despues una vincha estampada de leopardo peluda. Cuando estaba ya presuntuosa con mi fechoría idiota, vi el objeto más bonito de ese collage de colegiala pelotuda y mano de obra barata. Así que frente a los ojos de la vendedora del mostrador metí el collar de cuentas turquesa en mi puñito cerrado y salí a grácilmente obligada por Rivadavia, me transpiraban las manos, apretaba la mandíbula, perdí por un momento la noción del espacio. Volví para el lado de plaza miserere. Bien, soy capas de hacerlo. Ahora se me antoja robar algo verdaderamente útil. Doble la esquina y retomé mi camino por Mitre. Miré algunos negocios de anteojos, tenia la idea de agrandar mi botín imbecil con un par de wayfarer truchos. En un local de dos pajeros que me miraban el orto- huesudo y miserable- vi unos preciosos rosas con vidrios espejados, pero tan imposibles de pasar desapercibidos en mi bolso…. De repente en una esquina encontré el motivo por el cual mi vandalismo valía la pena: Librerías, una enfrente de la otra. En la primera entré y sostuve un ejemplar de Revolución en la Granja, de Orwel durante unos segundos, con el vendedor de espaldas, no tuve el valor. En la segunda encontré unos cuantos ejemplares de libros escolares, usados y en bastante mal estado, de repente me topé con una edición flamante de Movi Dick. Lo arranqué del exhibidor y me retiré torpemente, apurada, soy pésima para lo sutil.
Me apuré hasta el congreso y me metí en el subte como si alguien me persiguiera, es posible que nunca nadie descubra mis hurtos. Me apasioné en 5 páginas, fue amor a primera vista, me seguí de largó hasta plaza de mayo. Caminé al correo y me aposté a mi misma que no tenía el valor de arrebatar alguno de los tentadores anagrama que se exhibían en el quiosco de diarios de Corrientes, frente al Luna Park. Digamos que las condiciones me favorecieron bastante, me sentí mas relajada y el ganador fue Sostiene Pereira, de Tabucchi. Me quedé unos cuantos minutos parada esperando mi colectivo a una media cuadra del quiosco sin sentir esa estúpida sensación de paranoia.

le chorrea e.g.o de entre las piernas, pero es un ego podrido



No existe ningún milagro en la moda que te viste hoy de rosa.



No hay magia, ni brillo en las cuencas agusanadas de aquél cadaver exquisito.


Adentro de tu caja toraxxxica de pandora no hay bebés muertos ni mudos ni mancos.


Los pulmones jovenes a veces, escupen sangre, aveces, y la menstrúan y la eyaculan a veces, en un circulo vicioso sin ton ni son, ni comienzo, ni final, ni pena, ni gloria.


No existe ningún milagro en la voragine de estupefacientes en tus reuniones alienigenas (ni en las mías).


PERO a NO des-esperar! :


Todavia estoy yo con mis muletitas violetas y mi parche azul francia en mi ojito de vidrio naranja...


Todavía hay algún que otro malparido que tiene uñas y dientes que se clavan tenazmente en las carnes fláccidas y ajadas y maltrechas, las cadavericamente blancas carnes del romantisciscmo del siglo XXI

Misiva spleen trash super blues-ginkgobilovana

El centro del universo estalla, explota, se reproduce, genera cuerpos celestes invenciblemente brillantes y profundas oscuridades siderales. Después, más abajo, todos los planetas, estereotipadamente redondos, todos ellos de colores vivos y solitarios. Debajo de ellos, las estrellas más tímidas, las pequeñas y brillantes miserias que acompañan como tristes edecanes, como perritos falderos temerosos, a la magnífica luna. Más abajo, las nubes, el smog y el techo de todas las casas del mundo; debajo del techo de unas de esas casas, de uno de esos refugios, de esas madrigueras humanas, yendo de un lado al otro, chocando contra el límite imaginario de estas cuatro paredes blancas llenas de manchas de humedad, fumando, tomando de a sorbitos cuotas homeopáticas de Hiram Walker y tecleando cada tanto alguna palabra en una máquina de escribir prestada: Yo. El mismísimo Yo que acaba de recurrir a una(s) dosis de Ginkgo Biloba (anfetaminas naturales: todo legal, todo bonito) para no caer de sueño en el infierno de estos días de irremediable calor estival y no soñar entre las sábanas revueltas de estos días, que corren como tortugas rabiosas: lenta pero brutalmente; dando dentelladas al aire y resoplando su tedio.
Los ruiseñores que cantan en la noche
me han susurrado al oído
todos los secretos del mundo.
Algunos de ellos,
como era de esperar,
te pertenecen
o te pertenecían...
nunca, nunca,
nunca
guardes tus secretos bajo llave
porque esto enfurece a mis amigos
que los harán correr a viva voz
hacia los ojos de los otros
para así, en ese acto,
se desnuden los tuyos,
haciéndote más vulnerable.
Por mi parte,
me comprometo a no develarlos...
de modo que quédate tranquilo,
mi pequeño polluelo mojado y sin consuelo,
nada ni nadie podrá conmigo
tus secretos estarán a salvo
de aquí a la eternidad
a la que estamos condenados
los tipejos de nuestra especie.
Así que no te preocupes por eso,
tomá un trago de algo
y arremeté con todo lo que tengas a la mano
(un anzuelo oxidado, una alfiler de gancho negra
una hojita de afeitar usada, un tampón empapado en nafta
y una mochila llena de oscuros y deliciosos secretos
que ahora compartimos)
contra todo lo que necesites quemar.
Y quemalo,
que no queden más que cenizas,
y quemá las cenizas también,
que no quede nada de nada,
ni siquiera el recuerdo.
Y después,
disfrutá de la calma,
tocate en silencio, lentamente,
y acabá gritando
y pensando en todas
y cada una de las personas
que alguna vez, aunque sea por un segundo
(ese segundo),
te hicieron sentir algo.
Colgá, de una vez y para siempre,
a tus papaítos dinosaurios
del sauce más alto que encuentres en el bosque,
cagate de risa de todo, de todos, de vos,
y alejá a la muerte,
(la tuya, la única que nos preocupa)
esa muerte que te espía
desde todas las baldosas flojas del mundo,
desde las hojas muertas del otoño
desde los trenes, desde los pequeños y redondos ojitos
de las viejas que compran el pan a la mañana
pero siempre,
siempre,
siempre,
tenela presente.
No hacerlo,
sería un error imperdonable.
Y esto no es un poema,
la poesía
(la mía, polluelo, la mía;
la tuya, calculo,
goza de muy buena salud)
está muerta y enterrada,
comida y vomitada
por todos los gusanos
de este cementerio.
Espero que puedas guardarme un secreto,
(guar-da-mé, guárdame un secreto)
teniendo en cuenta que yo
soy fiel guardián de los tuyos:
esto
es
una
simple
carta
(a vos?, a todos?
a nadie?,
a mí?)
Y espero que esto te haga reír,
que no necesites estas palabras
ordenadas
ca
pri
cho
sa
men
te,
que no te haga ni un poquito bien,
que te parezca una pérdida de tiempo;
que ya, en este momento,
estés leyendo algo que realmente valga la pena,
y que pienses que esto no es más que otro desvarío
de un tipejo encerrado
en una oscura habitación,
perdido inexorablemente entre esas cuatro paredes blancas
llenas de humedad
en una extraña ciudad
llamada Ezpeleta City.
Lejos,
irremediable,
insalvable,
infinitamente lejos,
de tu casa.

Tambaleándose sobre la punta del crepúsculo, relamiéndose de antemano y esperando ansiosamente tu respuesta,
G. Fink
Mónica es la hija mayor de La Porota, que era la mejor amiga de mi madre, sus hijas se llaman Mónica y Andrea, en “honor” a ella, y las otras se llaman, Agustina y Micaela; también tiene dos hijos varones, pero desconozco sus nombres.


Cuando tenía 7 o 9 años vivía prácticamente jugando en la casa de La Porota, en un cumpleaños de Andrea, la escuché a Mónica diciéndole a unas compañeras del colegio que no me pelearan, porque yo, pobrecita, no tenía mamá. Cegada por la vergüenza y la impotencia, me encerré en el gallinero a llorar de bronca.

En el verano del ´97 nos la pasábamos con la cara aplastada contra el alambrado jugando y coqueteando con los hijos de Martínez , a Mónica le gustaba Martín, y por la nochecita nos asomabamos al alambrado mientras se bañaban, ya que el baño era un galponzucho plantado en medio del patio, y nos abrumaba el olor a shampoo de manzana verde, Plusbelle de Manzanas verdes.

Horacio era el papá de La Porota, y por ende el abuelo de Mónica; siempre estaba borracho y con la cara muuuy roja. Mi abuela le cortaba el pelo por 4 pesos.

Don Horacio se ahorcó un día en la higuera del patio con un cable coaxil, Mónica lo vió, yo solamente alcancé a tocar y desatar el cable; esa tarde hicimos bizcochuelo de limón y corrimos las gallinas dando latigazos al aire con el cable que su abuelo había usado para ahoracarse, aparentemente porque se había quedado ciego y su vida era demasiado miserable.

Yo no las trataba muy bien que digamos a las hijas de La Porota, era bastante mandona y las corregía permanentemente , una vez, Agustina me pidió:

- Decile a tu agüela que nos dea un poquito de hielo-

- No se dice “agüela”, se dice a-b-u-e-l-a y no se dice “dea”, se dice: de.

- Dice mi mamá que losotros hablamo así

Pasaron los años y me mudé muchas veces, crecimos bastante, Micaela, la menor de 14 años, perdió un bebé y siempre que vuelvo a mi casa de madrugada, la veo en su bici golpeando la ventana.

Agustín, el marido de La Porota, es decir, el papá de Mónica y Agustina y Andrea y Micaela y los dos niños anónimos, le fue infiel a su mujer con una paraguaya que tranquilamente podría haber sido su hija, La Porota lo perdonó, a pesar de todo, yo lo considero un hombre noble.

El día que mi abuelo murió, corri a golpear las manos con histeria y la cara empapada de lágrimas y rojísima como la de Don Horacio en sus peores borracheras, espantado, me asistió sin vacilar y me llevó hasta el hospital en su camioneta destartalada mientras me desplomé sobre el tablero a gemir, dándole rodillazos a la guantera. El se limitaba a manejar en silencio, aunque muy pero muy rápido.

Hablame de rechazo en la cara al menos, escupime de verdad ¡forro!

mi perra esta alzada
bueno,
en realidad ambas dos lo estàn...
pero una de ellas sobretodo, es ciega y tiene problemas renales, se llama Reyna, como Reyna Reech, como Reyna en colores.
Extraño a ése viejo horrores,
extraño pelearme con él y sus chistes, y sus huesos y su olor, sobre todo su olor en las mañanas,
sobre todo su olor con el ruido de su respirador artificial de fondo malhumorandome permanentemente.
Extraño su forma de comer y sus manos, y el ruido de su respirador artificial.
mi perra está alzada, estoy más triste y sola que nunca, y a nadie parece importarle, está bien;
mi perra está alzada, y Homero está muerto, yo estoy muerta, ése viejo había cambiado el olor de mis mañanas y también está muerto, yo estoy muerta, mi perra está alzada.

gggualicho

Muchas veces llego a la conclusión  de que padezco un irremediable afán por el escándalo y el total melodrama
b a r a t o
y me razgo las vestiduras floreadas en proclama  de una generación más romántica e histriónica.
(Alguien que por fin me comprenda un poquito más)


MiniVampiros chupasangre de muslos renacentistas pululan en torno a mi lecho casi de hospital
ENTONES , pienso también en lo raro que es
T O D O, todo, todo todotodotodotodotodo
LISA-ABSOLUTA-LLANAMTENTE TO-DDDOO!
Entonces saco otra conclusión:
sólo puedo amar ausencias, es decir, ser amante anónima y masturbatoria de alguien que no conozco, o de alguien que ya murió, o de alguien que simplemente esta condenado a representar uno de los cientos de agujeros negros que, primavera tras primavera, se agigantan en mi pecho-paloma-muerta-zombie-vampiro
 

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