No solo era domingo, sino que también llovía. Lupe tenía la costumbre de sumergirse en la mierda cada vez que algo malo le pasaba. No intentaba superar los pequeños problemas sino que se buscaba otros para no poder salir, ahogarse, sofocarse y tener la excusa perfecta para estar mal. Era más sencillo que solucionar las cosas e intentar estar bien. Siempre cuesta más lograr las cosas que no intentarlas y a ella le funcionaba muy bien ese método de autocompasión. Repito, no solo era domingo, sino que también llovía. El mundo se complotaba contra Lupe, para que su infelicidad sea plena. Menos por menos, más, le habían enseñado muchos años atrás en el colegio. La suma de dos males, hacen uno mucho más denso e insoportable.
Lupe acababa de volver de merendar con Luca, se le largó a llover justo una cuadra antes de llegar a su casa.
Se arrepintió de haber tenido a Luca al tanto de aquel chico, el que había vivido en Estados Unidos y le parecía un maricón por tomar la cerveza despacio. Se sintió una idiota, lo único que corroboraba así es que quería ser su amiga. Lupe amaba a Luca, lo amaba. No había gustado nunca de ningún chico en serio. De hecho era virgen.
Se sacó los zapatos antes de entrar y la campera, empapada. Dejó todo en el lavadero y se fue desvistiendo en el camino hacia el baño, lo último que se sacó fueron sus lentes y las hebillas del pelo. Prendió la ducha y esperó sentada en el inodoro, cruzada de piernas a que la bañadera se llenase. Estaba impaciente y comenzó a masticarse las uñas, el sonido del agua cayendo y golpeteando la bañera de plástico solía relajarla, pero no ese día, no ese domingo que ya era de noche y sufría una lluvia. No distinguía del todo el sonido del agua cayendo porque se le mezclaba con el de la lluvia, que también caía, pero ya no podía lastimarla.
Metió un pie. Despacio. Quemaba. Lo hizo despacio para que su cuerpo se acostumbre, tiritó. Metió la otra pierna y apagó el agua antes de que rebalsase.
Se puso a pensar en Luca, en su mirada profunda, que tanto le gustaba. Siempre miraba con el cejo fruncido, como si estuviese enojado, era por sus rasgos toscos y marcados que le daban apariencia de malo.
Pensó en cuan segura se sentía cuando se duchaba o se daba un baño de inmersión. Casi no tenía esos momentos para ella, de estar sola y disfrutarlos. Generalmente estaba sola, pero no disfrutaba de estarlo. Hizo lo posible para sentirse cómoda consigo misma, porque Luca la acompañaba en sus pensamientos. Comenzó a tocarse para sentirse más cómoda aún.
El agua comenzó a revolverse, cerró los ojos y siguió acariciándose.
De pronto se vio perturbada porque no era la imagen de Luca la que vino a su mente, esa se borró repentinamente para ser sustituida por la de su hermanito.
Hacía rato no pensaba en su hermanito y le resultó repulsivo que el pensamiento le viniese mientras se masturbaba pensando en el chico que le gustaba.
Recordó al amor de su vida, su hermanito, dos años atrás le había dicho un día que le dolía mucho la cabeza. Lloraba mientras se lo decía. Ella lo abrazó y le dijo que no era nada, que seguramente era por la humedad, que a ella también le pasaba.
-Algo crece en mi cabeza.- dijo el nene y ella le adjudicó la frase a la imaginación del nenito de seis años.
Tres semanas después murió de un tumor cerebral.
Lupe dejó de masturbarse y comenzó a llorar.
Era domingo, llovía, estaba sin Luca y sin su hermano. Sola, era domingo y llovía.
La seguridad de la ducha
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Ariel Pukacz,
cuentos verdes,
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1 Comentarios:
Ay! me dio pena!
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