muere el verano




Cuando volvíamos de la playa se levantó una tarde de viento y arena; llevábamos las cabezas gachas y mi respiración era algo más fuerte, ansiosa, que la de Juanita. Llegamos a la casa y la vimos cerrada, muda y ciega; vimos nuestras maletas en lo alto de la escalera de la entrada; vimos, clavado en la puerta el cartel que decía: EL VERANO SE ACABÓ, escrito con todos los colores de mis pomos; vimos, por primera vez, un gato rojizo sentado que maullaba su abandono.


Abrimos las maletas para vestirnos en el porche, detrás de la casa, solos, invisibles frente al río. Juanita decía una palabra sucia por cada ropa que se ponía. Yo estaba vigilando una nube negra cuando cayeron las primeras gotas.


- Estoy segura que esa gran puta sabía que iba a llover- casi gritó Juanita mientras se resignaba a buscar su uniforme de perro amarillo y ponérselo-. ¿Y ahora?


-Ahora vamos a la esquina de los ómnibus. Pero tu dinero. Aquí no me van a cambiar el cheque. ¿Te dio Frieda la dirección del departamento?


Juanina colocó una sonrisa en la lluvia.


-Claro. La dirección y una oferta de hospedaje.


-Hay sólo dos camas. Pensará echarme.


-No sé. O combinar-dijo.


-Se habrá enamorado. Es posible.


-Las mujeres me dan asco. Y tanto. Me basta el olor a mujer para sentir náuseas.-Yo bien sabía que estaba mintiendo.


-¿Se lo dijiste?


-No había por qué.


Ahora estábamos en la esquina de los ómnibus, aíslados del mundo y sus recuerdos por una lluvia enfurecida y artera. Caía agua en mis ojos, en mi boca. El perro amarillo se defendió con una gorra de baño.


-Me ofreció para que descansara después del aborto. Si mi tía no aceptaba tenerme con ella. Dame un peso.


Rebusqué en la humedad de los bolsillos y separé un billete. Lo escondió en el canal de agua del escote, los pechos duros y casi recién nacidos, volvió a reír.


-¿Ya pagaste?-también ella escupió agua-; te vendí mi tía.


-Gracias, no necesito, no compro.


-Es que no hay, nunca hubo una tía. Esto es una porquería, es el diluvio.


-Así empezó-le dije mientras me retiraba, inmóvil, a otra zona de frío y desencanto.


Lo supo y preguntó:


-¿te molesta esa mentira? Bueno. Yo ya era una pura mentira cuando me encontraste en la playa. Y ahora me vas a dar dos pesos. Uno para el ómnibus.


Busqué y le dí un billete de cinco.


-¿Te alcanza?¿basta?


-Sobra- dijo y ahora sin dudas se estaba riendo de mí.


Había truenos, relámpagos y rayos en zigzag; la lluvia, ensoberbecida, aumentó su fuerza, su rabia. Me golpeaba la cabeza en un remedo de gota serena, me entraba en la nariz.


Yo dije "no importa, ya pasa. tormenta de verano", y ella corrigió:"El verano se acabó". Sin amargura ni burla.


Ella empujó las maletas con un pie y trató de incrustarse en la pared de una casa donde estaban encendiendo luces. Desde su tierra de nadie- estábamos solos en la esquina-me dijo.


-ya vendí y ya compraste, pagando demasiado. Compraste otra mentira, otra verdad. Calma y paciencia. No hay aborto, nunca estuve embarazada. O en estado, como dice la pobre gente. el trabajo de lavandera que tuve que hacer para que Frieda no se diera cuenta. Ahora, un favor, a lo mejor el último. El primer ómnibus es mío. Tú te vas en el otro. Quiero estar sola y pensar en tantas cosas.


El primer omnibus, el suyo, venía mostrando faros amarillos y rojos en la lluvia.
La dejé ir y estuve esperando mientras me sentía estafado y moribundo de amor.

J.C.Onetti.1976; Dejemos Hablar Al Viento, capitulo xix.
 

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