"Azotes sintéticos": Fragmento.

El viaje parecía no terminar más; comencé a cabecear, aturdido del sueño. Me despertó la voz aguda de una nena rubia que le preguntó a una vieja "Abuela, ¿qué hacían en la era medieval con los deformes?". La vieja le contestó que los encerraban en calabozos con las prostitutas y con los locos. Yo era las tres cosas; deforme porque me faltaba un dedo, taxy boy porque me había prostituído con una gorda infame y algo loco estaba, debo reconocerlo. La nena le preguntó a la abuela sobre qué les hacían en los calabozos y la vieja empezó a darle un montón de detalles morbosos que no voy a reproducir acá.
Aburrido, saqué una revista del bolso y me puse a leer un relato:

El niño se inclinó para beber la última gota de agua que descendía de esa canilla hirviente y oxidada. La gota estaba tibia y no sació su sed, por lo que sucumbió al calor y se rindió echándose al suelo esperando absorber humedad de la tierra. Se pasó horas delirando, viendo los rayos directamente y sintiéndose cegado por el intenso calor. Eventualmente se levantó del suelo con esfuerzo y comenzó a andar, buscando un lugar con sombra. Vio entonces a una mujer bañándose desnuda en un arroyo. Pensó que se trataba de un espejismo, por lo que siguió caminando, pero en efecto al seguir de largo cayó en el arroyo con gracia, como si no hubiera gravedad alguna, y sintió al agua fresca cubrir cada centímetro de su piel, la piel que ella comenzó a acariciar...

Me imaginé que se iba a poner zarpado el cuento y más con esa imagen, así que cerré la revista. Miré a través de la ventanilla, cómo parecía moverse el paisaje mientras que el tren permanecía quieto. Apelé a las imágenes sacrosantas de mi cabeza esperando que trasladaran a mayor velocidad el entorno de forma en que no pudiera distinguir nada; que sacudieran al mundo, al globo terráqueo, que patearan a Atlas en el trasero bien fuerte y que el maldito atardecer abriese paso a la noche y un hombrecillo me dirigió una mirada terrible, escondiendo el cuaderno en el que había escrito durante todo el viaje. No era la primera vez en que me había mirado así. Me armé de valor, y decidí decirle que me había cansado de sus actitudes y desplantes.
- Tipito.
- Qué.
- Mirá, te la pasaste todo el viaje mirándome mal.
Entonces comenzó a reír cada vez más alto, y ni una sola persona en el tren dejó de darse vuelta para verlo. ¿Quién hubiese dicho que aquel tipito de aspecto tan normal reaccionaría así ante una simple aprensión?
- Yo te voy a decir una sola cosa - me dijo, rascándose la cabeza - no sos nadie para hablarme así. Nadie.
Fue entonces que me tomé literalmente lo que me dijo. Comencé a desvanecerme, a convertirme en nadie y en nada.
- Así me gusta. ¿Viste cómo jode cuando estás cagado de hambre y la comida está tan caliente que te duele? Así quiero que se mezclen tu dolor y tu placer al saber que estás desapareciendo. Esta es la venganza de la gente que no pudo terminar de conocer aquel excitante relato por culpa tuya.
- Bueno, te digo como termina. Hacen el amor.
- ¿Hacen el amor? ¡Qué frase más tétrica! - exclamó el hombrecillo, completamente exaltado.
La gente, horrorizada, gritaba. Un tipo, yo, se estaba desmaterializando. Por culpa mía. Alguien escuchaba "No es culpa mía" de Mc Caco. Son así, son chetos, no escuchan cumbia escuchan reggaeton. Culpa, culos, cumbia, chetos; cuerno, el cuerno que me metió Jacqueline López y encima con mi hermano. Hache de pé, para algunas cosas no hay perdón.
De pronto un mago subió en la estación Dock Sud, uno de esos que hacen espectáculos y juntan monedas. Llevaba un viejo traje rojo y una corbata fabulosa, también olía a ácido muriático (se sentía de lejos). Dijo que lo había hecho él y apareció un policía, quien lo arrestó. Ni bien lo esposaron una bandada de recuerdos acudieron a mi memoria, como el día en que había aprendido a andar en bicicleta; mi primer beso, con otro nene, a modo experimental; las luciérnagas, en el campo de mi tío, cómo brillaban.
- Juro que no fui yo, fue un chiste - arguyó el mago.
Lo tomaron por asesino y lo condenaron a muchos años de cárcel. El tipito siguió impune por la vida y con mi revista, y no dudo que se haya masturbado muchas veces con el relato aquel. Pero que no dude que con mi invisible sombra me ocuparé de perseguirlo durante la misma eternidad...
- Francisco Lunares, Retratos pésimos
 

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