La vergüenza de los espejos mundanos hace acto de presencia
en las pelotudeces dichas por mí y en los errores que mi vejiga trola no pudo contener.
Un moco chorrea de mi nariz
fría.
La tristeza de las cosas materiales no se deja estremecer en su pose marmórea de estatua,
dura como la verdad más puta,
pesada como un silencio febril.
El rencor de los pasados truncos llena mi boca de sal,
explota
en un árbol de neuronas cansadas que quiero mandar
a soñar un sueño sin retorno,
que detenga la voz de las trompetas crueles
inmisericordes
de la música de horrores
de este carnaval.
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