Algo que escribí por la época en que tenía el corazón achicharrado de la miseria y cuando no había conocido aún a quien sabría cómo enseñarme a "Volar".

Hoy no es momento de hablar acerca del frío que hace ni de las pequeñas nubecitas de tristeza en mi interior. Hoy es momento de bordar una bandera con retazos de cosas que pasaron –tiempo verbal en pretérito: pasaron – y lanzarla al fondo del ropero. Y a otra cosa, mariposa.




De lo que a pesar de todo hace que mi vida valga la pena:

La sonrisa de una madre, y no de cualquiera, de la mía. La insistencia religiosa con que frente a viento y marea me da siempre

conversación

conversación

conversación.



Tristemente cierto:

Anoche fui una perra alzada deambulando por entre rastas y el olor a porro, y ningún pibe de rastas me alzó y no me fumé ningún porro.

Los intentos de chamuyo que me profirieron fueron tan híbridos como una larga deliberación acerca del sistema educativo en la actualidad, un par de ojos muy nerviosos, el vaso de cerveza que yo rechazaba y me seguían ofreciendo producto de reiteradas pérdidas de memoria a corto plazo, híbridos como preguntarme si tengo segundo nombre. La respuesta va a variar muy poco en todos estos casos, muchachos: silencio, movimiento insípido de cabeza, cara de resentida a quien nadie peina los flecos y no, no tengo segundo nombre.

Aún más tristemente cierto:

Me apena ser así. Pero no sé pedir perdón.



Este viernes horrible con alma de domingo me la vuela en un momento más en que pienso inútilmente que los ciclos se cierran. Ante todo y más que nada, que los ciclos existen.



No es hora de empezar a hablar sobre el hecho de cómo me estoy devanando la voluntad tratando de contener que desborde mi vejiga, es hora de empezar a callar.

Silenciar lo que pasó anoche, lo que querría que hubiera pasado, mi pequeña sensación de que algo daba un pequeño vuelco en mí cuando Alan se fue, dijo que no se quedaba, subimos la escalera del centro cultural a mirar unos cuadros que suscitaron opiniones poco interesantes y el invierno fue cruel y yo estaba desabrigada y Alan no se quedó a tomar un solo porrón.

Qué gusto a muzzarella, aceituna y chiflete tiene el día de hoy, qué amargo sabe el mate, qué feo el miedo escéptico que me abrumó ayer cuando volví a casa y saber que vivo de chuparle la sangre a mi mamá.



A veces los vampiros existen:

Lo demuestran mi existencia y mis colmillos bañados en sangre, las manos frías tengo hoy, qué invierno, no conozco la luz del sol, la noche es la tierra que mejor me conoce. Te enredo con dos ojos que tiemblan entre gris y celeste verdoso, te miro, vení, te muerdo, de mi beso te dejo la marca y el adiós, bebo de tu alma para saciar la mía.



Perra y vampiro no distan demasiado en casos como éste.

Me gusta disfrazar las verdades, la verdad es que soy un felino, tengo cara de niña buena, soy más ingenua de lo que desearía, no quiero ser mala pero a nadie le hago bien, perdón. Ya no queda mucho más que decir para terminar de corroborar que esto es el disparate impresionante de quien ostenta poco cariño y poco sexo.



Hoy no es momento de hablar sobre las habitaciones sucias y los incendios que las pueblan, hoy es momento de asumir un poco que sí tengo algo de perra y algo de vampiro, abrazar como a un peluche viejo la posibilidad de la vida después de la Academia y la posibilidad de los ciclos, y de que este ciclo, que fue mas bien tortuoso, lindo, miento, horroroso, se termine de una vez y para siempre acá.

dicho y sido el ciclo existió y se terminó

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