.el día de los pinceles todavía nos persigue hasta acá.

a daiana, con todo el cariño que todavía existe.

la cámara se acerca hasta enmudecerte la cara. La lente es tu lente en la lágrima de la tarde, y caen árboles y sombras a la ventana. Los muebles nos arrojan con sombra. Poner la mirada media hora (sos una ojera) en lo que ves (primer plano) para ver si puedo entender lo que creo que mirás, eso que creo sentir y que sé que sentís, que flota y se describe por si mismo cuando ocurre (que no ocurre, si no que está, está todo el tiempo mientras pasa, mientras nos pasa).

Y nos vemos desde lejos (imposible considerando el tamaño del cuarto), tan de lejos que no se notan nuestros rostros, somos puntos de colores, manos que tiritan. Tu mente cuelga de un árbol, pende de un hilo, de un espasmo, y yo aparezco acostado, desnudo, encerrado en un halo de tu piedad. ¿cómo un ojo vierte de colores la sangre joven?. Cuando ella abre la boca (antes de eso, su imagen muda ocupa toda la pantalla, sus labios) no se escucha bien lo que dice. Ambos ríen, y se encierran al lado de la pared, la gente los mira (están los dos tan solos, fotografía tenue,también son extras ) y ellos entienden que no son ni serán únicos, que son un número (ambos ríen), durará lo que dure, la suavidad es superficial, por dentro somos de madera y te clavas mis astillas, mi clavícula (dice ella, ambos ríen, y nosotros siameses, vamos a morir ahorcados, y a otra cosa mariposa).

Ahora todo es incorrecto (o cuando se grave lo será, la habitación verde agua y escucharemos música, nos sentiremos identificados en el aburrimiento y en cada suspiro), miremos a la gente y a las historias que nos contaron como a un autorretrato, dice él, ella lo mira cuando llueve. Y contesta, no me apuñales con la verga, no me histeriquées con la pija. La sonrisa como una luna muerta, con la cabeza hacia atrás y los pelos enredados en su mano derecha, la penumbra (a ella le gusta la imagen acústica, a él el concepto) pierde la mitad de su rostro tenso. Atrás una película que fue grabada antes de que ellos nazcan.

También cada trazo del barro en su piel rompía con los ojos del espectador, rectángulo de madera encerrando su seda negra, sus ojos negros, sus manos negras, su pesar negro, sus recuerdos y miradas negras. La piel cayendo sobre el hombro, ahí debería poner algunos grises, o capaz quedaría bien un pozo rojo, para romper un poco con tanta obscuridad. Nunca, jamás podría dibujar esos ojos de nuevo, chiquititos aislados en el lienzo de tu rostro, en el tiempo de tu palabra, enorme espacio, pecho y cuello de cielo abierto, de tanta inmensidad contenida, de risa desbordando tras tus manos, las que pinto. Me mojo de tu óleo, me sumerjo entre las piernas acrílicas, marrones desde el techo hasta acá, ignorando las formas, los conceptos, todo se pierde y nada se analiza, sos la explosión de un iris -temblando de frío desnudo y rendido bajo el peso de tu concentración y siendo el protagonista de este otro día-.

Y la cámara se aleja lo suficiente como para ver al pintor, al camarógrafo, a la pintura, a la dama posando y al vínculo que los une, sólo por ese rato, sólo por ese par de horas. Entonces los otros días, los ayeres y pasado mañana, se tiñen de las inseguridades y las peleas de siempre, las flores y el cargo de conciencia. Aunque extrañando, tocando otras pieles o pintando otros atardeceres, y es entonces cuando viene el típico, el tan odiado y asqueroso final feliz de siempre (ambos ríen), y a otra cosa mariposa, más allá de las palabras y los sentimientos. Esperemos a la próxima reconciliación, invitame a tu casa a tomar otra birra, que te pinto.

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