-¿Te puedo hacer algo no muy erótico? – le dijo la niña desnuda que reposaba sobre su vientre pálido de gusano. Él la perforó con su mirada lejana y misteriosa, en silencio. Era el silencio de las alcobas y las sábanas, el silencio de la respiración. Él la miró. Ella manoteó de algún lado que desconocemos un fibrón. Lo hundió en su panza blanca y fue trazando con lento regocijo. Au clair de la lune, mon ami Pierrot / prête-moi ta plume pour écrire un mot. Él la miró desde la espesura verdinegra de sus ojos, por entre el telón desordenado de su cabellera de muchacho. El de la niña era un juego caprichoso, de quien ya sabe sonarse los mocos pero no quiere hacerlo, y, por ésta y muchas razones que se nos escapan en la infinitud de las imaginaciones, la niña no lo miró. En vez de eso permaneció recostada pensando en la cruel ironía de las cosas que tenemos y no pueden ser nuestras, y en lo que en verdad le hubiera gustado escribirle y no le escribió.




Escribe: Ramona Montiel.

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