Las muertes de Alejandra Pizarnik - por Maria Victoria Dentice

“Anoche tomé agua hasta las tres de la madrugada. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí como si yo fuera mi madre. Yo me daba de beber con asco. Alejandra Pizarnik, diarios








Uno se acerca a la obra de Pizarnik con no poca perplejidad, un aura brumosa rodea a la tristemente llamada poeta del suicidio. Hagamos un intento de acercamiento, intentando ceñirnos a sus poemas, estos por si solos hablan y adquieren, a medida que los años avanzan y las sucesivas publicaciones sobrevienen, un tono sucio, oxidado, resquebrajadizo, la límpida luz inicial va dando paso a una angustia negra que se corresponde con el precipicio de agua por el que súbitamente cayó su vida.



En su primer libro, la tierra más ajena, publicado en 1955 ya hay cierta tristeza que pasa desapercibida, no tiene el peso que más tarde adquirirá, es una tristeza que fluye liviana, que aún no asfixia del todo:



“Y una estrella dará su color al ancla de plata que llevaba en su pecho. Tirar el ancla. Si. Muy junto a ese barco gigante de rayas rojas, blancas y verdes…irse, y no volver”.



De este primer libro Pizarnik va a renegar hasta el cansancio, más tarde con la publicación de Un signo en tu sombra, el barco anterior se transforma en un barco negro, entre las sombras está el humo y la danza y entre las sombras está “lo negro y yo”.

Prematuramente algo en su interior comienza a desfigurarse “el vino es como un llanto desolado que humedece mi juventud frente a tus besos que otra deglute”, o bien, “el vino se aclara mezclado a mis lagrimas tan mudas” estos poemas que podrían parecer cursis terminan por agonizar en la última inocencia. En este libro aparece por primera vez una constante en su obra, la muerte, la muerte y sus extrañas manos de las cuales Alejandra elige no hablar, pero también aparece la vergüenza “cierra las puertas de tu rostro para que no digan luego que aquella mujer enamorada fuiste tú”, las astillas en las propias manos y el cansancio de esperar por la hermana mayor de la muerte, la otra, la gran muerte. Aquí ella parece atreverse a asomarse por primera vez a la eternidad y practicar el ejercicio de enterrarse cuidadosamente “Alejandra alejandra debajo estoy yo, Alejandra” sin que nadie lo note, comienza a descender debajo de ella, debajo de su nombre.

Creo de importancia mencionar la amistad que unía a Alejandra Pizarnik con Olga Orozco como un suceso trascendental en la vida de las dos poetas que Olga relata asi:



“Alejandra era mucho menor que yo, la conocí cuando tendría 34 años y ella 18, en un bar que se llamaba "La Fantasma". Ella se acercó para preguntarme si yo era yo, y darme unos poemas que tenía y que correspondían al primer libro que publicó después, un libro que ella misma hizo desaparecer. Lo retiró de todas las personas a quien se lo había dado, no estaba de acuerdo con ese libro. Era un ser muy especial Alejandra, si estaba en una reunión trataba de ser un poco el centro, de ser brillante, conversadora, alegre, pero cuando se quedaba con las personas que tenía mucha confianza se desmoronaba. Era muy angustiada, era agónica casi por naturaleza. Sumamente angustiada. A mi me pedía certificados, cuando se sentía muy mal me llamaba por teléfono a cualquier hora. Entonces yo le daba certificados que decían por ejemplo "Yo, Gran Sibila del Reino, certifico que a Alejandra Pizarnik no se le cruzará ninguna mala sombra, ningún pájaro negro se posará sobre su hombro, a su paso se abrirán todos los caminos luminosos...". Eso le duraba unos días, después me decía: "Bueno ya se me gastó, por favor, hazme otros."



Olga Orozco decía que había muchas muertes por cada corazón. Yo creo que Alejandra murió demasiadas veces, más de las que cualquier corazón humano hubiera podido soportar. Luego de su muerte, Olga le escribió un poema a Alejandra, titulado pavana para una infanta difunta en el que se ven reflejados muchos de los temores que la joven poeta tenía “ sólo por poner algunos ejemplos de éstos:





“…Yo lloro debajo de mi nombre.

Yo agito pañuelos en la noche

Y barcos sedientos de realidad

Bailan conmigo.

Yo oculto clavos

Para escarnecer a mis sueños enfermos…”



“…pero tu alimentas al miedo y a la soledad

Como a dos animales pequeños…”



“…Se del miedo cuando digo mi nombre.

Es el miedo,

El miedo con sombrero negro

Escondiendo ratas en mi sangre…”



“…Señor

Tengo veinte años

También mis ojos tienen veinte años

Y sin embargo no dicen nada…

¿cómo no me suicido frente a un espejo

Y desaparezco para reaparecer en el mar

Donde un gran barco me esperaría

Con las luces encendidas?...”



También en la prosa aparece esbozado en forma de mueca el grito petrificado de Pizarnik, en el sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos, ella afirma:

“…tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un ataúd lleno de cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza de súbito, parece querer salirse ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad…tal vez sea solamente la muerte…”

Hay ciertas razones para pensar que Pizarnik fue consciente de este desvanecerse, de su propia entrega, al igual que quien, en su poema infancia “entra en la muerte con los ojos abiertos como Alicia en el país de lo ya visto”, como si hubiera habido cierto consentimiento de su parte, al punto que se desdobla hasta volver a asistir a su nacimiento: “detrás, a pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi nacimiento.”

De este modo no sólo el poema se transfigura, se desfigura, ella misma lo hace, entra en una madriguera como si huyera de alguien, de alguienes, o de si misma “porque ustedes están muertos. ¿Y que espera puede convertirse en esperanza si están todos muertos? ¿y cuándo vendrá lo que esperamos? ¿y cuándo dejaremos de huir?”.

A esta altura, el barco negro que la salvaría, ya no está, no lo vuelve a mencionar, sólo quedan arenas negras para acostarse y el mar a lo lejos que es el espanto, no un lugar posible de salvación, porque ninguna salvación es posible, por eso el canto es reemplazado por un jadeo de asfixiada.

Ella se siente traicionada por las palabras a las cuales entrego la vida, por las palabras que ahora le “cierran todas las puertas”. Como si no hubiera sabido el precio que debía pagar por ser prestidigitadora, la exigencia que requería el silencio y sus espacios abandonados. A esta altura ella ya se ha empavorecido, engrisado, se ha vestido de muerta para celebrar, para asistir a su propia tragedia en la que las palabras la vuelven a atacar como pájaros, picoteando con saña en su desgarradura:



“escribiendo

he pedido, he perdido…

he querido sacrificar mis días y mis semanas

en las ceremonias del poema.



He implorado tanto

Donde el fondo de los fondos

De la escritura.



Coger y morir no tienen adjetivos.”



Pizarnik atestigua la traición de las palabras que le niegan toda posibilidad de un decir puro, verdadero “conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan…el silencio es la piel, el silencio cubre y cobija de la enfermedad. Palabras filosas”. La obra poética de Alejandra es el testimonio de que la canción desesperada, por la que luchó, por la que eligió borrarse a si misma, no se deja decirse, el testimonio de una frustración. Pizarnik debería ser recordada no por haberse suicidado, sino por ser una buscadora incansable, la poseedora de algo que no se abre, pero tampoco se cierra, porque ¿cómo cerrar una herida?



María Victoria Dentice





TEXTOS DE ALEJANDRA PIZARNIK





SALA DE PSICOPATOLOGIA



…y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,

y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo.

aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,

persuadiéndome día a día

de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos destino,

-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa dice:

-El doctor me dice que tengo problemas. Yo no sé. Yo tengo algo aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.

Nietzsche: “Esta noche tendré una madre o dejaré de ser”.

Strindberg: “El sol, madre, el sol”.

P. Éluard: “Hay que pegar a la madre mientras es joven”.

Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire, pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,

después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi útero…

…Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al leproso, pero

¿se casarían con el leproso?

Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,

sí, de eso son capaces,

pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como ustedes:

-¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?

Y

sí,

aquí en el Pirovano

hay almas que NO SABEN

por qué recibieron la visita de las desgracias.

Quisiera un tipo con una pija así y cogerme a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena frigidez.

Húmeda.

Concha de corazón de la criatura humana,

corazón que es un pequeño bebé inconsolable,

“Como un niño de pecho he acallado mi alma” (Salmo)

Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honorarla con mi presencia prestigiosa (si me quisieran un poquito me ayudarían a anularla)

oh no es que quiera coquetear con la muerte

yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a fuerza de prolongarse,

(ridículamente te han adornado para este mundo –dice una vida apiadada de mí)

Y

Que te encuentres con vos misma –dijo.

Y yo le dije:

Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma entidad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en la fusión de los contrarios.

El suicidio determina

un cuchillo sin hoja

al que le falta el mango.

-Ellos son todos y yo soy yo

finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,

pero a veces –a menudo- los recontraputeo desde mis sombras interiores que estos mediquillos jamás sabrán conocer (la profundidad, cuanto más profunda, más indecible) y los puteo porque evoco a mi amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será ninguno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,

pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la miseria por no haber sabido ser una mierda práctico, por haber afrontado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber hurgado en lo oculto como un pirata –no poco funesto pues las monedas de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recinto lleno de espejos rotos y sal volcada-

viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos, cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,

y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,

oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,

te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,

(vos, yo, a quienes la vida no nos merece)

Sala 18

cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,

15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,

porque –oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalítica se olvidó la llave en algún lado:

abrir se abre

pero ¿cómo cerrar la herida?

El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no restañan la herida que supura. El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o seguramente, le ha causado la vida que nos dan….

…una es extranjera

una es de otra parte,

ellos se casan,

procrean,

veranean,

tienen horarios,

no se asustan por la tenebrosa

ambigüedad del lenguaje

(No es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)

El lenguaje

-yo no puedo más,

alma mía, pequeña inexistente,

decidíte;

te las picás o te quedás,

pero no me toques así,

con pavura, con confusión,

o te vas o te las picás,

yo por mi parte, no puedo más.





Alejandra Pizarnik, 1971, se suicidó en 1972





Cantora nocturna





La que murió de su vestido azul está cantando.

Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.



Adentro de su canción hay un vestido azul, hay

un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado

con los ecos de los latidos de su corazón

muerto.



Expuesta a todas las perdiciones, ella

canta junto a una niña extraviada que es ella:

su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la

niebla verde en los labios y del frío gris en los

ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre

la sed y la mano que busca el vaso.



Ella canta.





Hija del viento



Han venido.

Invaden la sangre.

Huelen a plumas,

a carencias,

a llanto.

Pero tú alimentas al miedo

y a la soledad

como a dos animales pequeños

perdidos en el desierto.



Han venido

a incendiar la edad del sueño.

Un adiós es tu vida.

Pero tú te abrazas

como la serpiente loca de movimiento

que sólo se halla a sí misma

porque no hay nadie.



Tú lloras debajo del llanto,

tú abres el cofre de tus deseos

y eres más rica que la noche.



Pero hace tanta soledad

que las palabras se suicidan.





MÁS POEMAS DE PIZARNIK:

http://amediavoz.com/pizarnik.htm



LA VOZ DE ALEJANDRA PIZARNIK LEYENDO UN POEMA DE ARTURO CARRERA:

http://www.youtube.com/watch?v=PMW2JJ9beHU





(la_loca_del_oceano@hotmail.com)
 

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