Necesito desesperadamente compañía, aunque no la soportaría en este momento. No sé si me explico..., pero da igual. Situaciones delicadas. Pura histeria post nuclear. La noche ruge, aguda y ronca, desde los malditos caños de escape de las zanellitas pisteras que devoran el áspero asfalto de la avenida. Los pequeños transas de las plazas son estrellas de rock. Son la Mona Giménez de pequeñas córdobas llenas de zanjas y calles de tierra. Una luna llena blindada, a prueba de cohetes espaciales, lo ilumina todo. Una noche perfecta para enterrar un cadáver (también para desenterrarlo), para atiborrarse de pastillas o para escribir un poema decente. Seguramente alguien, en algún lugar, esté haciendo alguna de esas cosas. Me imagino un fanático del Death metal enterrando (o desenterrando) a su novia, me imagino a una hermosa muchacha vestida de chupines y polera negra en un viejo sillón tomando un trago de vodka barreta para bajar una calculada cantidad de pastillas
y a un tipo desesperadamente flaco fumando un cigarrillo tras otro y aporreando una vieja máquina de escribir en una minúscula habitación sin ventanas. Todos ellos bajo la misma luna y todos ellos bajo la misma luna que yo. Como un cartel de neon roto y descolorido,
aparecen las preguntas de siempre en mi cabeza. Sin tanto glamour, aparece la única respuesta posible. Como pintada con una gorda brocha empapada de pintura blanca
sobre una oscura y vieja pared: Caer es el cincuenta por ciento de saltar.
Sin sobresaltos notables, comienza a transcurrir la noche. La suave brisa nocturna arremolina las cortinas, el viejo Tom Waits gruñe desde la pieza y la cerveza está helada. Nadie alrededor, nadie en kilómetros. Mi pequeño jardín atómico está a salvo. Soldados ebrios, con metralletas de tristeza y desconcierto, vigilan los límites de mi condado. Marines drogodependientes tristes vigilan las montañas, Samuráis cínicos atienden la entrada al reino y un perro muerto de hambre está apostado en mi puerta. Sus rabiosos ladridos, de vez en cuando, no me dejan dormir. Lo más triste de esta noche, es que él no ladre.
Caer es el cincuenta por ciento de saltar.
Es bueno recordarlo cuando estás en el aire, con los ojos llorosos y acortando distancia hacia el suelo. Cuando la estúpida gravedad te atrae a su seno como una amante rabiosa
e intenta que pagues con sangre todos tus pequeños pecados. Cuando todo es demasiado y cuando nada te ayuda a escapar de nada. Y caer tranquilo, flotando, haciendo piruetas e intentando saborear cada pequeño escalón cuesta abajo. Escupiendo cada diente como si fuesen balas. Disfrutando cada raspón, cada herida, cada segundo cuesta abajo.
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