A Godofredo Fink no le alcanzan las manos para pajearse, drogarse, mandar mensajitos de texto como:
la cerda esta en la pocilga, lisergikos, lobos o algo así, así que no puede subir nada al blog, es absolutamente inoperante, pero así y todo me cae bien, entonces subo ésto que me mandó, porque soy una gorda copada y gauchita ;)



La gente, toda es masa de humanos que nosotros, acá, encerrados en estas cuatro paredes, denominamos “la gente”, es un concepto tan general que no se sostiene, pero es funcional al modo de hablar, de hacer mención de algo sin ser específico, sino resumiendo todas las complejas variables de gustos, caracteres, modos de vida, creencias religiosas, prácticas amatorias y en un interminable etc., en un artículo y un sustantivo... bueno... todo eso no existe... porque se marca en las coincidencias... decir “la gente” es partir desde un lugar superficial, para decir cualquier estupidez con igual o mayor grado de superficialidad... pero es necesario hablar de “la gente”, decir, cuando uno quiere marcar algo relacionado con una actitud, aunque más no sea hipotéticamente, general o mayoritaria... es matar al individuo enjuiciándolo desde una generalidad... y así en todos los sentidos y en todos los aspectos... o sea: estamos acorralados... igualmente, si no existiesen ese tipo de simplificaciones, la comunicación entre dos seres sería imposible... de hecho, así y todo, también es imposible... el lenguaje es un herramienta tan tosca que es imposible la comunicación, porque es siempre esquematizada y, desde ahí, se genera el consenso y la comunicación, nadie puede comunicar más que lugares comunes y todo se reduce al conocimiento de mundo... si alguien viene acá y nos habla de la campiña inglesa, nos la describe y nos cuenta una historia que sucede en ella, los dos vamos a tener una imagen distinta del lugar, del contexto, la fisonomía de los personajes, pero, al comunicarlas, al hacerlas verbo, digamos, al hablar sobre eso, vamos a comunicar... comunicarnos, dentro de una imagen estereotipada de la campiña inglesa y de la clase de persona que pueda vivir en la campiña inglesa... o en la selva amazónica... indudablemente coincidiremos en que hay mucho verde, por ejemplo, pero la precisa tonalidad de verde que vemos cada uno es incomunicable... esto quiere decir, entonces, que la comunicación existe, pero solo en lo general y en lo más superficial... el mundo es un montón de gente que no se entiende más que superficialmente... ni con tus viejos, ni con tu novia, ni con tus amigos, ni con Roman Polanski... es un tanto frustrante saberlo, pero también es un alivio...




- Yo creo que mi comunicación con Roman Polanski va más allá de lo superficial...







El Silencio. Ese silencio meditabundo de dos personas en una habitación despintada, las ventanas cerradas y el sol clausurado. Silencio de habitación en penumbras y pensamientos aislados. El Dr. Huesos se levanta y toma un cuchillo. Me lo muestra, sonríe. Lo pasa juguetonamente por sus flacos brazos de poeta hambriento y me mira a los ojos. De sus ojos empieza a salir sangre y, repentinamente, todo su ser comienza a derretirse. Escucho una voz del otro lado de la habitación; el Dr. Huesos me habla de La Poesía apoyado en la heladera y fumando un Parliament. Me pregunto, mientras escucho el murmullo de su voz, quién de los dos Huesos será el real; el que me habla de Victor Hugo y de Lorca o el que se derritió ante mis ojos hace escasos segundos. Se filtran, desde la calle, por entre las rendijas más ínfimas de las ventanas cerradas, gritos de chicos y chicas. Es que la primavera ha llegado al pueblo y eso pone juguetones a los cachorros. El invierno los intimida y corren a refugiar sus tiernos culitos en sus madrigueras, pero la primavera los salva y los deja corretear libres por el asfalto caliente y la brea chiclosa. Son muy simpáticos, son como una jauría de gatitos de angora rabiosos correteando por los senderos del mundo. A su manera, festejan existir. Que difícil sería ver al Dr. Huesos y a mí mezclados entre esta horda de pequeñas explosiones de vida con nuestro paso tranquilo y nuestros ojerosos y lívidos rostros. Nuestras miradas perdidas detrás de los anteojos de sol, nuestros pensamientos dispersos y nuestro aliento de años a la sombra. Asumo que el verdadero Dr. Huesos es el que está apoyado en la heladera, solamente porque todavía sigue hablando. Persevera en existir y eso lo hace real. Sigue hablando de poesía, creo, o de un escritor en particular, pero no lo puedo seguir. Solo asiento con la cabeza. Mis pensamientos van de un lugar a otro sin escalas. Necesito lavarme la cara, necesito un poco de agua fría en la nuca, necesito caminar por las paredes de la habitación, necesito remacharme la cabeza contra la puerta del baño, necesito patear la mesa, necesito un martillo para romper esa guitarra de mierda, necesito un hectolitro de belleza, un mililitro de compasión, un bidón de NAPALM rabioso y una madrugada llena de problemas. Todo eso, y en ese orden. Qué necesitarán los cachorros?, qué necesitará el Dr. Huesos...? Por lo pronto, me encargaré de mis necesidades una por una hasta llenar mi madrugada de problemas... imagino el peso del martillo en mi mano y aúllo de la emoción. El Dr. Huesos me mira fijo y se ríe a carcajadas. En cada carcajada se va derritiendo como un helado abandonado en un infernal asfalto de enero. Ya no hay ningún Dr. Huesos en la habitación. Posiblemente eso era lo que necesitaba: convertirse en un viscoso y tibio brebaje de leche, azúcar y quién sabe qué más. Pasando por alto todas mis necesidades, me preparo un Cinzano, enciendo un cigarrillo y contemplo la habitación vacía. A su salud, Dr. Huesos, y que el infierno de los derretidos en combate sea más bello que estas cuatro paredes despintadas que me contienen. Que todo el día sea de noche, que la luna ilumine sus ya clásicas licuaciones y que las infernales niñas llenen sus oídos de mentiras mientras lo masturban y le muestran sus hermosas tetas desde sus endemoniados escotes. A su maldita salud.

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