Audaz se eleva

Después del invierno te espera el infierno,
te espera el infierno más cruel.
¿Cómo brillan las estrellas
cuando mueren las almas?
¿Cómo brilla el corazón más tierno?
Sincero es el himno que gritan
los que queman banderas sin ser
ellos mismos su propia causa.
El árbol que crece sobre el suelo más joven
se complace con la trama de tu ser.
Ellos conciben en la médula
un extravío descontrolado.
Ilusiones de la gente
que fomentaban su suerte,
su suerte, su suerte.
Muerte.
Concebida en luto
una sinfonía impoluta.
Discusiones de boliche.
Tu muerte (tu deseo).
Te hunden en el mar
y te entierran y te imploran
que los dejes llorar.
¡Extraño!
Los profesores de inglés
pronuncian mal, mal, mal.
Para el culo.
Mal.
¿Creés que sos más importante
que él, que ellos, que nosotros?
¿Te agobian los rayos del sol?
No seas inmunda.
No seas inmunda hoy.
Ay, ay, ay.
El plateado de los objetos todos
se vuelve perverso en la noche del juicio.
La liberación es ínfima
y disfruta de tus promesas.
El aceite que grotescamente
mancha tu cara, tu boca, tu nariz
- ¿recordás a esa mujer que no tenía la ídem? -
es lo menos grotesco
en tu vida.
Ruedas que recorren caminos
innecesarios - como tu sufrimiento -
se funden en tus sueños,
volviéndose la desgracia aparente
algo en común con el resto de la gente.
El reloj demente indica lo temido.
Es hora de saltar,
de saltar la soga.
Disfrutemos del río
mientras que aún corra;
disfrutemos del río,
mientras que aún corra.
Como un fractal fabuloso se dividen mis recuerdos
como vidas paralelas del planeta Tierra.
Algunos han muerto y jamás resucitado.
Otros no se fueron
jamás.
Tomemos, por ejemplo,
el recuerdo en que una tarde abrí los ojos
esbozando palabras imposibles
relacionadas a algún libro inexistente.
Subí las escaleras una noche,
pensé en una mujer con estigmas,
y sentí terror;
me senté en la cornisa
haciendo la tarea
bajo el cielo nublado;
se me cayó alguna preciada lapicera de gel,
recuerdo con cariño la naranja.
Mi cabeza, contra el suelo o la pared,
continuamente estrellándose.