En algunas partes, Palermo es un pastiche. Geográfica, cronológica y sentimentalmente hablando.
Un popurrí de clase media alta con árboles, arte enlatado y mucha droga mal usada. Hay excepciones, claro, pero generalizar es un vicio que los perezosos, como vos, como la mayoría, adoran.
“¿Por qué no hay un puto kiosco?” se quejaba Diego, por calle Córdoba.
“Pensé que por acá había. Nunca me ubico en Palermo. Es todo igual” decía “Las mismas calles aunque las calles cambien.”
Más adelante esa noche, con Mati trataban de reconstruir otras noches parecidas.
“Uh, ¿Te acordás esa vez que vinimos a este bar?”
“¿Cuándo fue?”
“Cuando fuimos a ver tal banda, tomamos tal droga y terminamos en tal bar con tal otra gente tomando tal otra droga.”
“Sí, sí. ¿Pero cuándo fue?”
“Ah, ni idea.”
En la esquina de Humboldt y Honduras, un cómico de Videomatch estaba fumándose un pucho. Unas pibas bastante borrachas que iban delante de ustedes le gritaron: “No sabemos tu nombre, pero nos acordamos que estabas en Videomatch. Sos un groso”.
Ustedes tampoco conocían su nombre. Según Mati, hacía un papel de boludo. Diego y Fita ni siquiera lo sacaban de cara.
Siguieron caminando en círculos y llegaron a un bar muy careta. Cuarenta pesos las damas, cincuenta los caballeros.
“Yo tengo la contraseña para pasar gratis” dijo Fita. La ingresó en el patovica de la puerta y entraron.
Una mina con el culo más desproporcionadamente grande que viste en tu vida baila una canción de Abba, remixada.
“Cómo pega la onda Ricardo Fort.”
Un tipo los invita una botella de champagne. Fita pide un mojito. Mati cambia su copa por una cerveza. Diego sonríe, entre borracho y resignado, y baila.
Los cuatro se hunden en el sillón frente a unos maniquíes. Un cantante famoso que está demasiado gordo habla con sus amigotes a un par de mesas de distancia.
El pastiche se hace espeso como el culo enorme de esa mina que sigue bailando, ahora una de Depeche Mode, remixada también.
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